lunes, 14 de febrero de 2011

NO TENGAS MIEDO



 


NO TENGAS MIEDO
Cómo superar el temor a la muerte
 
¿Tiene usted miedo a morir? ¿Conoce a alguien que lo tenga? ¿Se ha preguntado alguna vez cómo sobreviviría a la pérdida de alguien a quien ama?
 
De una forma consciente o no, toda expresión de vida se ve afectada tarde o temprano por la muerte y, en consecuencia, toda persona tiene que enfrentarse con estas cuestiones en uno u otro momento de su vida. Precisamente por eso he escrito este libro.  No podemos evitar la muerte. Se cierne como una sombra sobre las vidas de todos. Ahora vivimos más tiempo de lo que vivieron nuestros abuelos, estamos mejor alimentados, perdemos a menos recién nacidos, las vacunas nos protegen de epidemias otrora tan temidas, los hospitales dotados de alta tecnología salvan a pacientes necesitados de un nuevo riñón o de otro corazón, pero seguimos siendo mortales. Y aunque hayamos tenido tanto éxito en protegernos de las plagas que diezmaron a generaciones anteriores, tampoco nos faltan nuestras propias plagas, desde el suicidio, el aborto, el divorcio y la adicción a las drogas, hasta el racismo, la pobreza, la violencia y el militarismo.

Según ha dicho Juan Pablo II, vivimos en una cultura de la muerte. También es una cultura del temor. Por temor a la vejez, ocultamos a nuestros ancianos en residencias geriátricas. Por temor a la delincuencia, nos protegemos con armas y puertas blindadas. Por temor a la gente que no tiene nuestro mismo aspecto o que no gana tanto como nosotros, nos instalamos a vivir en zonas residenciales «protegidas». Por temor a otras naciones, imponemos sanciones y lanzamos bombas. Ahora, empezamos incluso a sentir miedo por nuestra propia descendencia, convertimos las escuelas en prisiones virtuales y nuestras prisiones en campos de concentración y en morgues. A todas éstas se pueden añadir varias ansiedades más, que impulsan a millones de personas hacia la distracción, al menos en el momento de escribir esto: el terrorismo, la guerra biológica y los aviones que caen del cielo.

Con ocho hijos y unas dos docenas de nietos, sé muy bien lo que significa pensar en el futuro y sentirse asustado. Tras haber permanecido a la cabecera de la cama de amigos y parientes moribundos, y haber luchado junto a ellos, también tengo una ligera idea de lo que significa afrontar la muerte. Y, lo que es más importante, he visto la paz que irradia de aquellos que no sólo han combatido sus temores, sino que también han encontrado la fortaleza para superarlos. Esa paz me transmite valor y esperanza y al contarle sus historias, confío en que contribuyan a hacer lo mismo por ti, lector.
 
Hombres y mujeres corrientes, esas personas también tuvieron su cuota de malos tiempos, de luchas, obstáculos y momentos bajos. Lloraron, se sintieron asustadas, necesitaron consuelo y seguridad. La mayoría de ellas se habrían desmoronado de no haber encontrado apoyo. Mas, para mí, su importancia radica no tanto en la forma en que murieron como en la forma en que se prepararon para la muerte, ya fuesen conscientes de ello o no: viviendo la vida plenamente y no para sí mismos, sino para otros. Ninguna de ellas fue en modo alguno perfecta, pero al servir a una causa mayor que ellas mismas, se les dieron ojos para ver más allá de sus propias necesidades, y valor para soportar el sufrimiento sin dejarse derrotar por él.

Una de las historias incluidas en este libro ocurrió tan repentinamente y es tan reciente, que todavía intento adaptarme y comprenderla. El padre Mychal Judge, monje franciscano y capellán del servicio de bomberos, se encontraba realizando sus actividades cotidianas en su parroquia de San Francisco, en New York, cuando otro sacerdote entró precipitadamente en la estancia para decirle que lo necesitaban con urgencia en el lugar de un gran incendio. Era el 11 de septiembre de 2001 y el lugar afectado eran las Torres Gemelas del «World Trace Center», que acababan de ser alcanzadas por dos aviones secuestrados y se hallaban envueltas en llamas.

Tras ponerse precipitadamente el uniforme y acudir presuroso al centro de la ciudad, el padre Mike no tardó en encontrarse arrodillado en una acera, junto a las Torres Gemelas, administrando los últimos sacramentos a un bombero alcanzado por el cuerpo de una mujer, caído desde lo alto. Mientras rezaba por el hombre, el propio padre Mike fue alcanzado fatalmente por una gran cantidad de escombros.  Además de su trabajo como capellán del departamento de bomberos de New York, el padre Mike también era un destacado defensor de la gente que moría de sida, y se le conocía en toda la ciudad por el amor que demostraba hacia los oprimidos. Con un puñado de dólares «rescatados» de amigos que se podían permitir el lujo de prescindir de ellos, siempre tenía algo que dar a una persona necesitada que encontrara en la calle.

Conocía al padre Mike. En 1999 viajamos juntos por Irlanda del Norte, con un amigo común, el detective Steven McDonald, de la policía de Nueva York, promoviendo el diálogo y la reconciliación. En el año 2000 hicimos un segundo viaje a Irlanda y, en el momento de su muerte, estábamos en las fases finales de la planificación de otro viaje similar a Israel y a la orilla occidental del Jordán.  El padre Mike empleó los últimos minutos de su vida sobre la tierra en infundir ánimo en otra persona, volviéndola hacia Dios y, dicho del modo más sencillo posible, esa es la misma razón por la que he escrito este libro: para infundir al lector el ánimo de dirigirse hacia Dios. Tal como demuestran las historias aquí narradas, en Dios se encuentra consuelo y fortaleza, incluso para el alma más angustiada.
 
Johann Christoph Arnold
 
Adjunto archivo: No_Tengas_Miedo.pdf
 
 
 

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