lunes, 13 de diciembre de 2010

Todavia lloramos

EL CAMINO DE LAS LÁGRIMAS
 
Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente, un derrumbe los dejó aislados sellando la salida del túnel.  En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente que el problema sería el oxigeno. Si hacían todo bien, les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho, tres horas y media.
 
Mucha gente fuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como este significaría mucho tiempo para encontrarlos. ¿Podrían hacerlo antes de que se terminara el oxígeno?  Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el aire que pudieran.  Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron todos en el piso.  Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad, era difícil calcular el paso del tiempo. 
 
Sólo un minero tenía reloj, y hacia él iban todas las preguntas: ¿cuánto tiempo ha pasado?  ¿Cuánto falta?  El tiempo se estiraba, cada minuto parecía una hora, y la desesperación ante cada respuesta agravaba aún más la tensión. El jefe de los mineros se dio cuenta de que si seguían así, la ansiedad los haría respirar mas rápidamente, y esto los podría matar.  Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlaría el paso del tiempo, dando cuenta de este cada media hora. Nadie haría más preguntas.
 
Cuando la primera media hora pasó, él minero que tenía el reloj dijo: "ha pasado media hora".  Hubo un murmullo entre ellos, y una angustia que se sentía en el aire.
 
El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie, decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que les informó la media hora, habían pasado en realidad, 45 minutos.  No había manera de notar la diferencia, así que nadie siquiera desconfió. Apoyado en el éxito del engaño, la tercera información la dio casi una hora después.  Dijo "ha pasado otra media hora", y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media, y todos pensaron en cuán largo se les hacía el tiempo.
 
Así siguió el del reloj, a cada hora completa, les informaba que había pasado media hora. La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados, y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas.  Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos, pero cuando llegaron al lugar donde estaban atrapados los mineros, encontraron vivos a cinco de ellos.  Solamente uno había muerto de asfixia:  el que tenía el reloj.
 
Esta es la fuerza que tienen las creencias en nuestras vidas.  Esto es lo que nuestros condicionamientos pueden llegar a hacer de nosotros. Cuando creemos, y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras posibilidades se multiplican.
 
Jorge Bucay    
Médico Psicoterapeuta Argentino
Escritor y Novelista
 
TODAVÍA LLORAMOS

Todavía lloramos, y qué bueno que así sea. Las lágrimas rara vez hacen mal. Son siempre una catarsis, una liberación, una forma de decir que nadie es auto-suficiente.  En esta confesión de franqueza humana se esconde un acto de humildad de quien reconoce que llegó a una encrucijada.  Y, cuando esto hiere demasiado, los ojos dicen lo que la boca no consigue pronunciar.
 
Hay lágrimas de dolor, lágrimas de amor, lágrimas de alegría incontenible, lágrimas de tristeza, lágrimas silenciosas de paz y de ternura, lágrimas de gratitud por un elogio realizado en el momento preciso, lágrimas de esperanza, lágrimas de inocencia.  Pero también hay lágrimas de vergüenza, de necedad, de desafío, de chantaje, de egoísmo por no haber conseguido lo que se quería.  Hay quien llora por cualquier cosa y hay quien tiene vergüenza de llorar, cuando llorar era la única cosa decente que podía hacerse. 

Es muy probable que existan cosas mucho más bonitas que ver a una persona llorando en paz.  Sin embargo, la persona que todavía llora por amor y que además no tiene vergüenza de mostrar que dentro de ella habita un sentimiento noble, es digna de admiración, pues de las cosas más bonitas de un ser humano, una de ellas es la sonrisa, la otra:  la lágrima silenciosa de alguien que desea comenzar de nuevo.
 
Autor Desconocido    
 
Y como es mejor cantar que llorar, te invito a conocer esta página.   


 Pedro: el sediento de Dios



No hay comentarios:

Publicar un comentario