viernes, 4 de junio de 2010

La Rueda incompleta



LA RUEDA INCOMPLETA
 
Había una vez una rueda a la que le faltaba un pedazo. La rueda quería estar completa, sin que le faltara nada, así que fue a buscar el pedazo que le faltaba, pero como estaba incompleta y solo podía rodar muy despacio tuvo tiempo para ver las flores, los árboles y disfrutar los rayos del sol, encontró muchos pedazos en el camino, pero ninguno le quedaba, así que siguió su camino. Un día encontró un pedazo que le quedaba perfectamente, entonces se puso muy contenta pues ya estaba completa, ya no le faltaba nada y empezó a rodar con mucha rapidez. Tan rápidamente que no veía las flores ni los árboles ni disfrutaba los rayos del sol.
 
Cuando se dio cuenta de lo diferente que era el mundo al rodar tan deprisa se detuvo, dejo en la orilla del camino el pedazo que había encontrado y se fue rodando lentamente.
 
Cuando aceptamos que la imperfección es parte de nosotros mismos y seguimos rodando por la vida sin renunciar a disfrutarla, habremos alcanzado una integridad a la que otros solo aspiran. El Señor no nos pide que seamos perfectos, ni que nunca cometamos errores, sino que seamos íntegros.  Si tenemos suficiente valor para amar, compasión para perdonar, generosidad para alegrarnos con la felicidad de los demás y sabiduría para reconocer que hay amor de sobra para todo el mundo, entonces estaremos completos, aunque nos falte un pedazo.

Autor Desconocido   
 
NADIE
 
    Nadie camina la vida sin haber pisado en falso muchas veces.
    Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo.
    Nadie mira la vida sin acobardarse en muchas ocasiones, ni se mete en el barco sin temerle a la tempestad, ni llega al puerto sin remar muchas veces.
    Nadie llega a la otra orilla sin haber ido haciendo puentes para pasar.
    Nadie puede juzgar sin conocer primero su propia debilidad.
    Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas, ni recoge rosas sin sentir sus espinas.
    Nadie recoge cosechas sin probar muchos sabores, enterrar muchas semillas y abonar mucha tierra.
    Nadie reconoce la oportunidad hasta que ésta pasa por su lado y la deja ir.
    Nadie consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un imposible.
    Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimento diario de Dios.
    Nadie hace obras sin martillar sobre su edificio, ni cultiva amistad sin renunciar a sí mismo, ni se hace hombre sin sentir a Dios.
    Nadie encuentra el pozo de Dios hasta caminar por la sed del desierto.
    Nadie deja de llegar, cuando se tiene la claridad de un don, el crecimiento de su voluntad, la abundancia de la vida, el poder para realizarse y el impulso de Dios.
    Nadie deja de llegar cuando de verdad se lo propone. Si sacas todo lo que tienes y estás con Dios, vas a llegar.
 
Autor Desconocido   


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